Dicen
que son los pequeños detalles los que enamoran, como aquella vez que me
buscaste con la mirada y me dijiste una tontería de las nuestras, como tú solo
sabes hacer, y yo decidí seguirte el juego de las tonterías encadenadas, y
entre tontería y tontería te mordiste el labio, que ya sé que me decías que
nunca sucedería, que tú no lo sentías, que probablemente no te diste ni cuenta,
que no lo hiciste para enamorarme ni para fastidiarme, pero, coño, lo hiciste.
Que
eres una asesina, que lo amores matan, o eso al menos se comenta y tú me
disparabas felicidad a quemarropa sin ningún tipo de compasión, tanta que no
había quien la digiriera, tanta que me desbordaba y como todo lo que sube baja,
yo caía siempre después, como caen las hojas en otoño, con la melancolía con la
que se posan en el suelo deslizadas por el viento, recordando cuando estaban
allí arriba, en lo más alto, con el resto de sus compañeras. Siempre quise
hacer de eso que sentía un amor perene, sí, ya sabes, uno de esos que no caiga
que esté siempre arriba.
Que lo siento, que no es por echarte la culpa de todo, pero
recuerdo el día en que me enamoraste, recuerdo que aquel día tú también
sonreíste primero, te acercaste, me sonreíste y me dijiste “hola”. Sí, un hola
y una sonrisa me basta, debo ser el más idiota de todos los que emigran de
Marte a Venus para encontrarte, no sé si a ti, pero al menos algo como lo que
yo en ti encontré, algo así como un hola con tu sonrisa.
Que
la verdad, que es que no creo que tengas la culpa, pero por favor, a mí tampoco
me culpes, que motivos para enamorarse tienen muchos, pero yo los tengo todos.
@RubenCalvo8
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